El
falso pudor.- La actitud clásica de la mujer que esconde su vida sexual
tras falsos pudores, fingiendo vergüenza de principiante; excusándose a sí
misma por disfrutar del sexo. Frases como “soy virgen”, “apaga la luz que me da vergüenza”,
“despacio que me duele”, “tú eres el primero, luego de mi separación”, “por ahí
sólo lo hice una vez y fue un ratito” o “jamás lo hago en la primera cita”.
Clichés aprendidos
y utilizados hasta el hartazgo con el único fin de disimular una vida sexual plena,
algo natural en el ser humano, pero inmoral para algunos de doble discurso.
La
falsa excitación.- Este es el otro extremo del falso pudor, pero igual de
artificial. Mujeres con gran capacidad histriónica fingiendo exagerado placer,
haciendo uso de gritos impostados y frases prefabricadas en la industria del porno
(como mi vecina en el hotel).
Expresiones
trilladas como “oh my god”, “¡Yes!” “¡Sí!”, “Dios mío”, “auuuuuuuuuuuuuuu”.
Excelentísimas
huachaferías extraídas de la industria porno, alejadas de nuestra idiosincrasia
y fácilmente reconocibles.
Nada más fuera
de lugar para excitar a tu compañero que un pésimo guión mal aprendido.
El
falso romanticismo.- El máximo afrodisiaco en una pareja unida por el
amor es un “te amo” o un “te quiero” real durante el sexo. En el momento correcto,
escuchar estas palabras pueden ser el detonante de la explosión de tu ser para
llevarte al goce máximo, pero cuando son falsas, forzadas y carentes de todo
valor resultan ser un mata pasiones.
Somos en mayoría
las mujeres (algunos hombres también) quienes caemos es la cursilería de
agregarles falsos sentimientos a un momento de placer por la convención social
que desaprueba el sexo sin sentimientos duraderos y sin formalidad de por medio.
La ligereza de un “te quiero” sin
sentirlo puede frustrar el mejor de los orgasmos, por ser evidentemente falso.
El
sobre nombre genital.- Mujeres adultas, experimentadas y conocedoras
del sexo pero con la creencia de que utilizar sobrenombres -para referirse a los
genitales durante el acto- las convierte frente a los ojos de su compañero en damas
inocentes y delicadas.
“Tú pipí”,
“tú pirulìn”, “tú pipilìn”, “tu chapulín colorado”, “tú Manuelito” (si él se
llama Manuel). “Mi cosita”, “mi Pochita”,
“mi virtud”, “mi galletita” o “mi papita”; y si a todas estas huachaferías
se le imprime un tono de voz inocente, cándido e infantil con seguridad serás la
causante de una eventual disfunción eréctil momentánea en tu pareja. Tampoco estás obligada a hablarle
sucio a tu compañero sino te gusta, pero llegar al extremo de la tontería no es
lo más excitante. Suficiente con que uses el nombre propio: Pene y vagina para referirte durante el
acto.
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